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HOLA, PAPÁ. SOY ANDRE

¿SERÍAS CAPAZ DE MOSTRARTE TAL CUÁL ERES?

PRIMER CAPÍTULO

DIEGO ANDRE

Publicado: 2015-02-26


¿Qué pasaría si tuvieras la oportunidad de ser tú mismo, y dejar de pretender ser alguien diferente, con la persona a quien más amas, por más que a veces no sea recíproco? ¿Qué pasaría si de pronto tu papá, producto a un accidente, pierde la memoria y con ello, todos sus prejuicios y objeciones? ¿Serías capaz de mostrarte tal cuál eres?

15 de Febrero de 1995, Lima.

El reloj marcaba las 10 de la mañana, y el sol aún no salía. Para ese día, se había planeado una salida familiar con la intención de disfrutar del verano. Nos dirigíamos rumbo al Club Regatas.

Debido al mal humor de papá con la sociedad, él dispuso que nuestra salida se debería realizar ni bien dieran las ocho de la mañana, para de esa manera, llegar media hora después al club, y así podamos tener toda la infraestructura sola para nosotros sin que mi viejo fingiese camaradería con el resto de sus homólogos pretenciosos.

Cuando estas situaciones ocurrían, mamá pasaba por alto cualquier intento de protestar o quejarse, pues, a las finales, lo único que quería era encontrar un ambiente ideal para relajarse leyendo historias que le permitiese soñar a lo grande, lo cual, resultaba irónico, ya que, dinero tenía y por montones; sin embargo, siempre se le presentaba un obstáculo que le impedía personificar, en carne y hueso, a las protagonistas de sus libros; se trataba de su orgullo. Hacía más de cinco años que la relación con papá había caído, y continuaba en esa misma dirección, pero, por más insoportable que le resultaba estar a su lado, ella prefería aguantárselas y ayudar a levantar la imagen de las demás mujeres de su familia que habían fracasado en el intento de durar “hasta que la muerte los separe”. Ella se consideraba muchísima más fuerte que el resto de sus hermanas, y para enriquecer su imagen como “la esposa que todo hombre desearía tener", cada vez que se encontraba a punto de pisar el palito, sólo se repetía para sus adentros la siguiente frase: “¿Qué es lo que Marujita pensaría? ¿Qué es lo que Camuchita pensaría?”

Tanto para mí como para mis dos hermanos (David y Celeste) estas saliditas en familia resultaban ser lo más cercano a la soñada independencia, literalmente. Y es que, por más que nuestros papás estuvieran presentes en nuestro mismo perímetro, era como si de pronto ellos desaparecieran por completo. Por un lado, mamá se sentaba dándonos la espalda con sus lentes negros-oscuros, un sombrero de paja que le cubría toda la cara, además de llevar el libro, que se encontraba leyendo en esos momentos, a la cara, tapándole la visión de manera deliberado. Papá era igual de ausente. Él solo atinaba a cerrar los ojos, fumar su tabaco cubano hasta quedarse dormido en un estado fuera de lo presencial hasta el punto no reaccionar incluso cuando se ahogaba o se quemaba con el cigarro prendido a medio andar. Pero ese día iba a ser diferente.

Si bien nuestros padres nunca nos prohibieron entrar a la piscina para adultos (en ese momento yo tenía siete, David diez y Celeste cinco años), lo interiorizamos por simple mecanismo de supervivencia. Nunca en todas esas numerosas ocasiones que nos quedábamos “solos” jugando en la piscina, a ninguno de los tres se nos ocurrió cruzar la frontera. Sin embargo, y por más inocente que resultara la anécdota, años más tardes a ese día lo bautizaríamos como “El fenómeno del niño Andre de 1995”.

Después de aclimar nuestro cuerpo con el agua helada de la piscina (nos hundíamos y salíamos del agua innumerables veces) nos dispusimos a jugar  con el moño de la pequeña Celeste. La dinámica era sencilla. Celeste se paraba sobre el muro de la piscina y tiraba su moño bien lejos, claro que, para ofrecer algo de suspenso a nuestro desafío, tanto mi hermano cómo yo teníamos que mirar con dirección a Celeste para de esta manera no percatarnos en qué lugar exactamente calló. Al quinto intento, nuestra infanta hermana arrojó con tanta fuerza su moño que dio a parar con en el otro extremo de la piscina; en el área de los adultos. Al percatarse de que su moño había desparecido en el fondo de la zona prohibida, Celeste empezó a llorar, inmediatamente después, mi hermano y yo abrimos los ojos e intentamos salir lo más rápido posible de la piscina para calmarla, sin embargo, tanto fue el apuro de David, que terminó por caer de rodilla en la penúltima escalera; ahora ya eran dos los que moqueaban. Por más que mi hermano pesaba más que yo, de la nada, agarré la suficiente fuerza como para carga todo su peso sobre mi hombro derecho y  de esta manera poder salir los dos para atender a nuestra pequeña hermana. Ni bien dimos un paso afuera de la piscina, tuve que volverme a meter para restaurarle la sonrisa a mi hermanita.

-André…allá está. Allá está; Celeste vociferaba sin parar señalándome la parte honda de la piscina.

-No te preocupes. Iré yo a recogerlo. Tú quédate aquí; le indiqué.

-Espera. No vayas… No sabemos cuán profunda es esa parte; David me inquirió.

-Sólo voy a inspeccionar. Sólo me agacharé para saber dónde exactamente calló. Una vez que lo visualice, buscaremos algún palo largo para sacarlo afuera de la superficie.

-Ten cuidado.

Me acerqué lo más al ras posible de la piscina, sin embargo, no pude ver nada. Decidí entonces sacar unos pocos centímetros mi torso y cabeza para tener una mejor visión. De pronto, un profundo miedo se apoderó de mí. Me quedé en blanco por unos instantes, y para cuando cobré la conciencia, me encontré debajo del agua, zambullido completamente a punto de chocar contra el piso de la piscina. En eso, todo se volvió espuma. Segundos después, sentí cómo alguien me agarraba de la axila y me llevaba hacia arriba. Una vez afuera, esa misma persona me alzó en peso para entregarme a los brazos de otro trabajador. El señor me acomodó sobre el pasto. Con mucha delicadeza, me inclinó la cabeza hacia él, a la vez que golpeaba mi espalda con su palma para de esa manera escupir toda el agua que había tragado. Una vez que aclaré mi visión, pude observar a mi papá saliendo de la piscina con cara de preocupación. Súbitamente, reflexioné sobre la posibilidad de haber sido él quien me había salvado. Pues… si eso fuera cierto… ¿Significaría acaso que yo era su favorito? Celeste había llorado sin haberlo despertado. David hizo lo mismo, pero tampoco consiguió sacudirlo de su profundo estado somnoliento. Sin embargo, ese día había pasado algo en su interior que terminó por alertarlo. Segundos después, crucé miradas con mis dos hermanos, y cómo si estuviéramos leyendo nuestras mentes, en ese momento los tres nos preguntábamos lo mismo: “¿Por qué con él?”

11 de Octubre del 2013, Trujillo.

Ring…Ring….Ring…

-¿Aló? ¿Quién habla?

-André, soy David llamando de un teléfono público. Andre…Andre…

-David. Son las cuatro de la mañana. ¿Está todo bien?

-Andre…André….

-David habla de una vez carajo. Me estás asustando de verdad.

De pronto… se escuchó una tercera voz

-¿Está todo bien, André? ¿Quién está llamando a esta hora?

-Es mi hermano.

-André, ¿estás acompañado?

-David, habla de una vez carajo. ¿Qué pasa?.

-Papá ha sufrido un accidente.

-Pero que mier….

-Se encuentra en coma y los médicos dicen que probablemente pierda la memoria.

-Viajo enseguida…

Ni bien colgó, a André le invadió un miedo; una sensación que no había experimentado desde aquel verano del 95. Al recordar lo que pasó ese día, le vinieron las ganas de llorar, pero se contuvo, pues sabía  que simplemente empeoraría la situación; una filosofía que aprendió de su madre, la cuál, insistía en que si alguien lloraba, toda esa misma energía tétrica se transmitiría al resto de la familia a pesar de encontrarse a miles de kilómetros de distancia. 

-¿Quieres que te acompañe?

-No. Imposible. Te puedes quedar aquí hasta que regrese. No creo que demore más de tres días.

-¿Pero qué pasa? Explícame.

-Se trata de papá. Es serio.

Y sin entrar en detalle, André salió de la habitación apresurando su paso para abordar el primer taxi que se animara conducir hasta lima a esa hora.


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La mula soy yo.

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