Cuatro historias, contadas desde distintas voces, con edades y contextos opuestos; pero cuyo único hilo conductor, la sensación de adaptarse, los unirá cuando menos lo esperan.
PRIMERA PARTE


FERNANDA SALAZAR (7 AÑOS).-

Desde muy pequeña, al menos, eso es lo que siempre ella cuenta con mirada seria y reflexión modesta, Fernanda sabía que su propia versión de cuento de hadas no se parecía a la de sus demás amigas. Ella siempre ha vivido en la casa de su abuela materna junto a su mamá Roxana. La rutina y deberes se hacen más llevaderas gracias a ellas. Su papá, por otro lado, vive en la periferia de Lima; en un céntrico departamento del distrito de Miraflores. A ella le canta ir allá los fines de semana. Cada vez que puede, claro está. Fernanda nunca preguntó cómo, porqué ni cuando sobre lo que para ella, y para casi todo su salón, se hacía cada vez más evidente. A pesar de ello, supo adaptarse muy bien, evitando reflexiones dogmáticas (y aplicando suposiciones creativas) a la distancia, miradas inquietas y preguntas incómodas sobre la relación de sus dos papás. Para todos ellos, Fernanda tenía una sólo respuesta “Nada parecido, todo por conocer”

La relación con su hija es ideal. Mario, al igual que la pequeña Fernanda, son muy parecidos en carácter y semblanza. Absolutamente independientes, guiados por una intuición especial. Para ellos, no hay reglas, sino, sensaciones y más vale mostrarlas.

Cómo él es médico, las pijamadas en su casa son bastantes esporádicas. Mario nunca tiene un horario fijo así que, se toma ciertas libertades para llamar a Roxana a cualquier hora del día. Generalmente las salidas son al cine o a comer postres. La cantidad de risas que, de manera natural, surgen entre los dos resultan incontables, aunque el tiempo que determina la visita sí. Generalmente entre hora y media o máximo dos. Fernanda ya se había acostumbrado a que el dispositivo de su papá sonara en medio de una conversación importante. Ella, como es de esperarse de una niña tan madura para su edad, siempre lo toma de manera responsable; y es que, “el deber siempre llama”. “Ya me comentará cómo le fue”, se respondía así misma antes de irse a dormir ese día.

Desde muchísimo antes de que empezaran a aparecer los primeros casos de coronavirus, a Fernanda ya le habían explicado sobre ese “mounsgtruo” y la “nueva normalidad” a la que debería acostumbrase. Semanas atrás, ya había iniciado a lavarse las manos de manera más frecuente y a apreciar el jabón de su mamá más que a sus propios peluches. También dejaron de ir a parques, restaurantes y supermercados. Incluso durante los dos primeros días de clase, Fernanda adoptó las reglas de distanciamiento con mucha responsabilidad dentro y fuera del salón.

Cuando finalmente se estableció la cuarentena, Fernanda supo exactamente como combatir la crisis. No veía a su papá desde finales de febrero, sin embargo, se pudo agenciar del celular de su mamá para verlo o escucharlo casi interdiario. Dicha interacción cambió abruptamente cuando los casos de covid19 se multiplicaron. Ahora, ni bien contestaba su llamada, el señor Mario le pedía que le pasara con su mamá en vez. En el transcurso de sus cortos siete años, nunca había pasado eso. Las voces de sus amiguitas Lucinda y Carito le daban vueltas. “De seguro tu mamá y tu papá se amistan” “… “y vivirán en la misma casa los tres para siempre al igual nosotras”. Sin embargo, la emoción y optimismo de la leyenda no coincidía con los gestos de preocupación que esbozaba su mamá cuando hablaba con su papá. Al parecer, esta vez, la princesa preferirá quedarse atrapada dentro del castillo, impidiendo así que el príncipe encantado suba hasta su cuarto, debido a ordenanzas de salubridad interpuestas por el estado y seguidas a rajatabla por la Reina actual y Reina emérita de dicha familia Real.


Francisco Aguilar (10 años)

Cuando Francisco empezó a cursar el segundo año de primaria, recibió uno de los mejores consejos de toda su vida. Un año antes, las cosas se habían vuelto algo complicadas para él, pero sobre todo, para su papá Esteban.

Francisco no prestaba atención en clases, y por más que siempre iba al colegio, era cómo si nunca estuviera presente en el salón. Su mamá no le dio mucha importancia, pues, se trataba del primer año de primaria… “nadie realmente aprende nada allí ni nunca jalan” Sin embargo, su papá si pudo oír el fino y sutil grito de auxilio de su hijo. Y es que, fue exactamente la etapa por la que él pasó cuando tenía su misma edad, y que luego se extendió hasta la secundaria, de donde finalmente fue expulsado. Y aunque terminó por sentar cabeza, vérselas negras, trabajar y por último emprender exitosamente un negocio de comida sin ningún tipo estudio superior; no era el tipo de lección de vida que quería para el pequeño Francisco.

“Una vez allí, sal al frente cuando te llamen, hazte amigo de todos, participa de cualquier evento. SIEMPRE” Y fue así cómo en menos de seis meses Francisco empezó a “parecerse más a su padre”. Al menos, así es como decía la gente. Evidentemente, la mayoría de ellos no sabía la verdadera historia del señor Esteban. Francisco tampoco hasta después de que su hermano mayor, Coco, se escapara de la casa por primera vez. “Si sigues así, el día en que no te puedas reconocer ni a ti mismo, no me podrás echar la culpa a mí, porque yo, a comparación de ti, sí pude vencerlo a tiempo” Nunca le precisaron de que enemigo en común hablaban; tal vez por eso, siempre estaba atento hasta de su propia sombra. Pues, al parecer, estaba dentro de su papá, de su hermano, y definitivamente, dentro de él también.

Mientras que el colegio era un lugar de interacción, aprendizaje y creatividad constante; su casa se había convertido en una larga procesión de lamentos. Francisco sabía muy bien de que no era culpable de nada, pero, tampoco quería sentirse excluido durante los careos. “Lamento que no te sientas orgulloso de mí”, “lamento no haberte enseñado algo de responsabilidad de pequeño”, “lamento que presencies todo esto, Francisco”; eran frases comunes durante las tardes, hasta aproximadamente las seis, hora en que empezaba la novela de su mamá. Durante ese descanso, la discusión se reiniciaba ocasionalmente en los cortes comerciales. “Y yo lamento no tener el hábito de hacer siesta por las tardes y así evitar escucharlos a todos ustedes”; y con los gritos de Francisco era cómo el resto de su familia sabía que la discusión había ido demasiado lejos.

Sin embargo, no siempre era todo gritos. Francisco incluso podría afirmar que había muchísimos más momentos “memorables” que malos. Estas se daban generalmente en público: cuando iban a donde la abuela, comían en restaurantes y llegaban visitas. Después, el hecho de que al regreso de estas salidas “en familia”, cada uno se disponía a encerrarse en su cuarto, sin ningún tipo de interacción o dinámica física, hasta que alguien preguntara en voz alta “¿qué habrá de cena?”, Francisco también los catalogaba como buenos recuerdos.

Cuando los primeros rumores sobre la cuarentena, durante la segunda semana de marzo, se hicieron más certeros, el señor Estaban no dejaba de comentar con Francisco sobre el destino del restobar familiar. “Esta vez, lo escuché del proveedor de pescados” Segundos después, fue el propio señor Esteban quien se encargó de responderse así mismo en forma de pregunta. “¿Quién sabe?”

El negocio de su papá abría entre-semana , a mitad de tiempo, y los fines de semana, en horario regular: hasta las siete de la noche. Ese domingo crucial, en su trayecto de vuelta a casa, el señor Esteban le lanzó la primicia a su hijo incluso antes de que el presidente saliera por la tele. “Esta vez, se trata del vecino que pasea a los perros de los primos de su hijo” Irían a ser dos semanas sin colegio para Francisco y las mismas semanas para su papá sin abrir el “Pezpechugón” Los cuatro encerrados en casa intentando vencer al enemigo de afuera, pero, acaso, en ese periodo de espera, ¿Podrían resucitar aquellos adversarios que guardan para sus adentros?


MELLIZOS ALONSO Y GABRIELA SOPLAPUCO (12)

Los mellizos Soplapuco parecen sacados de alguna seria cómica de lo 90’s. Ambos tienen la misma edad y el mismo apellido; eso nomás. Tanto físicamente cómo en carácter son totalmente diferentes. Alfonso es algo gordito y extrovertido; Gabriela en cambio, un poco más delgada y larga, pero sobre todo, bastante más callada que su hermano.

Respecto a sus papás, el señor Felipe, es dueño de un conglomerado que agrupa a distintos medios de comunicación; desde estaciones de radio hasta cuentas de tik-toks. Su mamá, Antonia, solía trabajar para él. Para la mitad de los años 80’s, Antonia incursionaba cómo parte del ballet de bailarinas de un programa musical; poco a poco fue ascendiendo. En menos de un año, se “jubiló” de “Pasión de Sábados” y pasó a formar parte del elenco de una novela prime-time. Luego de la actuación, pasó por el canto y finalmente regresó al show que la vio nacer pero ahora como conductora. Un giro de suerte de 360 grados que terminó antes de que cumpliera treinta años. Para ella, simplemente se trataba de hacer que la vida realmente mereciera la pena vivirla. Antonia conoció al señor Soplapuco durante un evento para los patrocinadores del canal. De allí, todo resultó tan natural y genuino entre los dos. Al siguiente día de la pedida, ella dejó los estudios de televisión , sin ningún tipo de explicación alguna, y los cambió por colecciones de casas y departamentos para cada tipo de ocasión o clima. Por más que ya no aparecía en la televisión, procuraba salir siempre al costado “del dueño del mundo”, en todo evento corporativo, social o político al que se les invitaba; a veces, incluso iba sola en representación de toda la cadena.

Después de habérselas permitido sin escatimar nada, Antonia sentía que ya era momento de agrandar la familia. Con casi cuarenta años, empezó a recibir tratamientos hormonales para poder quedar embarazada. Es algo que siempre había querido, y lo que recientemente se había puesto de moda entre sus amigas y gente de la televisión; del extranjero al menos.

Antonieta asumió con bastante responsabilidad todos los cuidados durante su proceso de gestación. Tenía cocineros, consultores, ejercitadores y médicos naturistas viviendo con ella las veinticuatro horas. Finalmente, su sueño más preciado dio frutos a finales del 2008. Claro que, en vez de una gran sorpresa, fueron dos calvos, blanquiñosos, arrugados bebes. Justo el tipo de efecto secundario que había leído en la mayoría de libros sobre tratamientos in-vitro . “Mira… igualito le pasó a Angelina Jolie. Que emoción”.

Por más superficial que a medio mundo le pudiera parecer Antonia, ella sí era consciente de casi todo lo que sucedía a su alrededor. Por ejemplo, de su posición privilegiada, su repentino golpe de suerte, y, sobre todo, del tipo de vivencias que había experimentado a tan corta edad. Y eso precisamente era lo que quería para los gemelos. “Que pertenezcan al mundo”.

Contrataron entonces a una nana bilingüe. Los gemelos pronto empezaron a musitar y divagar en inglés y francés. Después vinieron los Schools y High Schools; los campamentos en Alemania para Julio y los boarding academies en Suiza finalizando diciembre. Los meses de verano les tocaba acompañar a su mamá viajar por todo el mundo; bueno, básicamente a Nueva York y exclusivamente para comprar ropa. Algo que ella llamaba “su pequeña escuelita errante”. Pero evidentemente, Antonieta lo pronunciaba en inglés: my little wandering school. Hasta que intentó traducirlo al francés. “ma petite ecole errante”. Simplemente sonaba mieux así.

Tanto Alfonso como Gabriela habían cultivado no solamente experiencias, conocimientos y distintos idiomas a tan corta edad, sino, también algo que vino totalmente por sorpresa, casi casi por añadidura: nobleza. Reconocían su condición, se sentían agradecidos, pero, a comparación de quienes se mueven a su alrededor, no les gustaba mucho alardear sobre ello.

Este año no iba a ser diferente. Se habían instalado en la Gran Manzana desde la quincena de febrero. Las dos primeras semanas se las pasaron yendo a teatros, visitando museos, saliendo de compras y matriculándose a cualquier tipo de cursos cortos; lo normal. Suponemos.

El virus del COVID19 se había situado en Estados Unidos desde un mes antes; sin embargo, parecía estar bastante controlado. Para cuando llegaron los gemelos, apenas y había quince casos aislados. Se trataba de un virus under control, a través de one person comming from china y que todo its gonna be just fine.

Los primeros catorce días se habían pasado volando. Habían completado prácticamente todo lo que tenían por hacer. Sin embargo, cómo se trataba más de unas merecidas vacaciones para su mamá, que un viaje de aprendizaje para ellos, los gemelos debieron seguir buscando nuevos cursos y actividades en que ocupar sus tiempos. Pues, su vuelo de regreso estaba programado para la quincena de marzo recién.

En Lima los primeros casos habían brotado ya. Se rumoreaba de que todo el país entraría en cuarentena. Antonia se sintió aliviada de que la pandemia le haya agarrado en un país desarrollado y con protocolos de sanidad y seguridad más eficientes que de cualquier otra parte del mundo. De pronto, la situación en Estados Unidos escaló rápidamente. En comunicación con su marido, este le había adelantado información reveladora. Ambos concluyeron en cambiar su regreso para el mismo viernes.

Desde que toda la locura comenzó, los gemelos estuvieron bastante conscientes de la magnitud del problema. En comparación de su mamá, estos ya habían descartado información, creado su propio esquema de evolución, y sobre todo, discernido sobre lo que era verdad o simples rumores. Sin embargo, también eran conscientes de que ya era demasiado tarde, y muy riesgoso. Pretender volver a Perú y permanecer horas, hasta días, intentando gestionar el cambio o la compra de nuevos pasajes sólo iría a hacer que todo empeorara. Pero, la limosina ya estaba esperándolos afuera del hotel. Así que no tuvieron de otra. Y es que, esta vez, el desconocimiento, disconformidad y desinterés de todos los demás irían a sobreponerse frente a la sensatez y precaución de los gemelos. Tarde o temprano ellos irían a cruzar esa fina línea también.


Julio García (14).-

Julio recién había entrado a la adolescencia. Todo sucedió demasiado pronto según su papá. De un día para el otro, a Julio le había crecido el bigote y no paraba de “tirarse gallitos” ni bien llegaba a la mitad de cualquier oración. Estaba seguro de que sería el punto de broma ni bien regresara al colegio.

Las vacaciones para él suponían sacrificio. Su papá se ganaba la vida cómo asistente legal de una firma privada. Recién en sus cuarenta se había puesto las pilas. Encontró tiempo y dinero para ir a la universidad y terminar una carrera. Quería demostrarle a su familia de que no era culpa de nadie haber nacido en su condición, y que salir de allí, sólo les correspondía a ellos. Con la ayuda de su esposa, manteniendo la casa y las finanzas en orden, el señor Cesar pudo celebrar su cumpleaños número 50 ya totalmente graduado. Su esposa realmente estaba muy orgullosa de él. El señor Cesar sabía que tener un título cómo ese, supondría más ingresos para su familia, pero también bastante más sacrificio y horas de trabajo.

Cuando le invitaron al último filtro del proceso de selección, se sintió bastante cohibido. La mayoría de los postulantes no pasaban de los treinta años. Y cuando entró a la oficina, se enteró de que, quien iría a ser su jefe, apenas y estaba por terminar la transición entre la adolescencia y la adultez. Seguramente fue su carisma, quizás su empeño o tal vez su residencia, pero, cual sea que haya sido la razón, le ayudó al señor Cesar a recibir la llamada de bienvenida esa misma tarde. Reconocía la oportunidad única que se le había presentado, además, también era consciente de que ya no iría a tener fuerzas ni dinero para escalar a más. Sin embargo, se trataba igual de una posición importante.

Su hija Consuela estaba a punto de repetir los mismos triunfos de su papá, pero, abruptamente todo eso cambió cuando confesó que había quedado embarazada de su enamorado. Tuvo que detener sus aspiraciones para ponerse a trabajar; pues, finalmente, es lo que se supone que la gente como ellos debe hacer.

Por cuestiones de comodidad y distancia, Consuela se mudó a la casa de su enamorado. Allí viviría junto a la mamá de Andre. Más ayuda de lo que podría imaginar.

En el pequeño departamento quedaron entonces los tres solitos. La convivencia resultó mucho más ágil y llevadera de lo que ellos mismos podrían haberse imaginado. Dicha conexión se debía tal vez a que Francisco había heredado los mejores genes de cada uno de sus papás. Igual de empeñoso que su papá y noble igual que la señora Patricia. Cualidades que no cambiaría por nada en esta vida.

Años después, a la señora Graciela le detectaron cáncer a las mamás. Estaba demasiado avanzado. Ya nada se podía hacer. Apenas y pudo combatirlo por dos meses más. La culpa que tuvo que cargar el señor Cesar fue enorme. Se sentía responsable; y es que, nunca le preguntó a su esposa cómo se sentía físicamente o si le dolía esto o cualquier cosa parecida a “algo”. Tal vez ella nunca quiso incomodarlo. Su interacción debería parecerse a las que siempre vio por varias generaciones, pensó. Agradecer su sazón, decirle que todo le quedaba bien y que él se estaba sacrificando por los dos. Si bien nadie nunca escuchó decir a la señora Gabriela las siguientes palabras, y es que ese tipo de comportamientos y posturas no formaban parte del estilo de educación que le inculcaron a ella, ella sí que valoraba y reconocía el “pequeño grano de arena” que aportaba para mantener un hogar sano y limpio; por dentro y por fuera.

Julio había visto trabajar a su papá toda su vida. Entendió que él debería seguir también sus mismos pasos. Por eso, cada verano, intentaba buscar pequeños cachuelos que no le quitaran demasiado tiempo. Sobre todo, por las mañanas. Y así poder ayudar en casa. Ayudar a su papá, a Consuela, al pequeño Gabriel y a él mismo. Muy en el fondo sabía que, por más que su papá había sido resiliente toda su vida, no era una cualidad con la que uno simplemente nace. Es algo que uno lo forja desde pequeño y de lo que uno nunca se olvida. Bastante parecido a aprender a montar bicicleta.

El primer caso de covid coincidió con un pequeño resfriado que lo llevó a dejar de trabajar por dos días. Al principio, Julio lo tomó a la broma. “Uy, no… debe ser covid” Pero luego sintió que debía ser más responsable con sus comentarios. No le deseaba a nadie contraerlo, ni tampoco quería convocarlo. “No nada. No lo es. Es imposible. Se necesitaría demasiadas coincidencias. Haber viajado a China o haber pisado el Aeropuerto. No es algo que uno simplemente lo encuentre allá afuera, en el aire.” Se autorregulaba.

Su recuperación fue rápida. Otra pista de que no se trataba de covid. El jueves de esa misma semana, volvió a pisar su chamba. Por precaución, decidieron atender desde la ventana de la reja; algo que resultaba casi imposible en plena campaña escolar, y sobre todo, porque ninguno de los libros cabía por dicho espacio. Tardaban minutos en pasar los textos escolares, enciclopedias y biblias uno por uno. Era su tercer año como apoyo almacenero en la Librería. Para inicios de la segunda semana de marzo, la señora de caja y su supervisor les avisaron de que se irían a ausentar hasta el próximo lunes. “Sé que eso equivale a un descuento. Pero al menos, inclúyenos las comisiones en nuestro próximo pago”; expresaron. Sólo quedaban Francisco y la dueña. Por alguna razón, la campaña no se sentía como las otras. Ninguna cola se extendía a más de tres personas; y por más que la caja era relativamente pequeña en monto, siempre les faltaba dinero. Tal vez debido a que cobraban mal, o tal vez, porque simplemente no se podían concentrar.

El domingo catorce de marzo lo mandaron temprano a casa. “Ya no creo que nadie venga, puedes irte nomás hijo. Nos vemos mañana” Ese mañana nunca sucedería. Su papá se sintió aliviado, pues, por más que Francisco era joven y energético, no podía permitirse que otra muerte escape de sus manos. Gracias a Dios, aún él podía mantener a los cuatro. Más temprano, la compañía le había informado al señor César que , si deseaba, podía trabajar desde casa las siguientes dos semanas. ¿Cuán difícil puede ser? Especialmente porque Julio estaría a su costado todo el tiempo. Evidentemente, ni la firma de abogados ni el propio señor César sabían que, en las próximas horas, aquella oportunidad que le ofreció la compañía se convertiría en un mandato presidencial.


….DÍAS ANTES


FERNANDA

Fernanda estaba simplemente agotada. Considerando de que se trata de una niña altamente activa, lo de no haber ido al colegio la semana anterior, “por motivos de prevención”, significó, evaluar, cambiar y postergar sus planes. No es que sea muy sociable que digamos, sino que, el esfuerzo mental que conllevaba preparase para esa bola de nieve de interacción dentro del colegio, en el salón y durante el recreo, era tanta; que, para cuando lo tenía que ejecutar, ella simplemente se sentía consumada; pero no más, que cuando las cosas sucedían tal y cómo las planeaba. Un juego algo complicado, de la que ha tomado absoluto control después de tantos años de experiencia.

Si de la noche a la mañana le avisaran a Fernanda que el lunes entraría al colegio, su primera preocupación sería saber que día de la semana debe ir con uniforme de educación física, quién de sus compañeros cumplirá años ese día y, sobre todo, saber el nombre del alumno junto a quien la forzarán sentarse, para después rotarlo diariamente por otro nuevo. Una especie de actividad rompe hielo que dura hasta finales del primer semestre y que busca “fortalecer los vínculos individuales, grupales y bla-bla-bla”

Para Fernanda, más que un juego espontáneo y orgánico; se trataba de un proceso milimetrado, ensayado y exacto. Sin posibilidad de error.

-Ya hijita, mira. No te abrumes. Aún no sabes si te tocará con tus mismos amiguitos del año pasado. Tal vez todos sean nuevos; le comenta su abuela.

-QUE TODOS IRÁN A SER NUEVOS; exclama Fernanda. Ya vengo. Debo hablar con papá.

Fernanda se dirige hacia la lavandería gesticulando y repitiendo exactamente lo que le dirá a su mamá. “… Es una cuestión de vida o muerte… social al menos. Necesito llamar a…” Fernanda se detiene. Muy lentamente, se acerca a la puerta. Escucha murmuros. ¿Con quién estará hablando mamá ahora?; se enreda.

-¿Tú crees? Bueno sí… basta con uno para que todos lo tengan. Hmmm. Algo así leí en las redes.

¿Será papá?; se pregunta Fernanda, un poco en voz alta. Su mamá se percata de ella. Esta intenta improvisar.

“Mamá… estaba…podría… ¿Te ayudo a….?; sin tener fuerzas para construir explicaciones con sus oraciones, decide que sus acciones hablen por ella. Fernanda se acerca hasta el muro del lavadero, coge el balde anaranjado que sirve para bajar la ropa limpia del tendedero, y se retira sin despedirse.

-¿Pasa algo?; le pregunta Mario.

-Sí…. Es que Fernanda se olvidó de la ropa.

Fernanda baja hasta la sala. Deja el balde en medio camino y se sienta al costado de su abuela. Ella está viendo televisión.

“…Miremos a países desarrollados cómo Italia o España y cómo están sufriendo… ¿realmente pensamos salir de esta si no actuamos ahora?”

-Fernanda… mi vida. Recién te veo. ¿Estas acá hace mucho?

-No. Recién. ¿Qué estás viendo?

-Pues nada. Cosa de adultos. ¿Quieres ver tus dibujitos?

-Hmmm….

Su abuela, con prudencia, cambia de canal justo antes de que el periodista comparta “imágenes desgarradoras” con sus televidentes; y le ofrece el control. “Toma. Ve eso que siempre miras”. La señora se levanta con dificultad, camina unos cuantos pasos y no gira hacia la cocina hasta que se cerciore de que su nieta esté viendo “eso que siempre mira” De pronto, se topa con el balde de ropa. Lo intenta alzar por su cuenta. En eso, se acerca su hija abrazando varias docenas de piezas de ropa percudidas. Hace todo lo posible por no hacer bulla. “Acabo de hablar con Mario”, le murmura. A continuación, entran juntas a la cocina.

-Dice que las cifras oficiales no son las que está dando el gobierno. Ya vamos cómo diez mil; le comenta disciplinando su tono mientras le sirve una taza de manzanilla.

-Dios mío santo… ¿Pero no dicen que apenas y vamos cinco?

- …. Y que son casos importados. Lo sé. Lo escuchamos juntas, pero… bueno. Mario está allí, pues. En la primera línea de batalla, como se dice.

-Hmmm… Es que Mario… Mario es algo. Hmmm. Prevenido.

-Lo sé, lo sé mamá. A veces Mario te mete susto sólo para que reacciones…

-SOBRE-reacciones…

-Antes de que ya sea demasiado tarde.

-Ay, hija. Sinceramente no sé qué creer. Hay que esperar a que den el noticiero de las diez. Tal vez allí digan algo.

- Está bien. Por cierto, Mario me preguntó por ti. Me dijo que te cuidara mucho.

-Que te puedo decir. Hmmmm. ¿Ahora sí puedes retirar la ropa de la mesa? El balde lo dejamos afuera, creo. Estoy por servir la cena.

-Uy cierto.

Fernanda había estado detrás de la pared todo ese tiempo. Y tan pronto cómo escuchó los pasos de su mamá voltear en dirección a su cara; ella intentó improvisar de nuevo. “ ¿Les ayudo a poner la mesa? Escuché que la cena está lista. Intuí. Concluí. Supuse, ya que, es casi la hora. Finaliza.

Su mamá, deshabilitada de moralejas o técnicas, le acaricia la cara suavemente. Muy en el fondo Roxana sabe que, si algo le lograra a pasar a su mamá o a ella; la pequeña Fernanda podría arreglárselas sola por mucho tiempo hasta que su papá llegue a rescatarla. Inmediatamente después, toca madera. No es algo en lo que debería ocupar su tiempo, pero, cómo buena terca, aquella inverosímil idea esa, regresa a merodear su mente de nuevo.

-Está bien, ve colocando los individuales; Roxana le ordena, intentando llevar sus pensamientos hacia otro lado… más optimista, tal vez.


FRANCISCO

Francisco le murmura al oído. Es ahora o nunca.

-Hazle caso, no seas sonso.

Coco se pone cada vez más rojo. Si bien no le grita de regreso a su papá, una vez que este se calle, podríamos anticiparnos en asegurar de que a Coco le irá a salir hasta hígado por la garganta. Tal vez por eso, los esposos continúan hablando uno sobre el otro sin dejar espacio para refutaciones cortas.

-Dime… ¿hablo piedras, acaso? El no ser tu padre…. El tener un techo, comida caliente todos los días, una colcha limpia…. ¿Al menos no me da un poquito de derecho cómo para corregirte?

-Papá, creo… creo que… Coco no está pasando… eh, saliva; se traba Francisco.

La señora Carmen intenta aproximarse a su hijo mayor. Al parecer, ha dejado de respirar allí mismo estando todo erguido al frente de ellos. Cuando está lo suficientemente cerca, lleva su palma hacia la frente de Coco. En dicho trayecto, sutilmente, comprueba con su dedo meñique de que esté respirando; acababa de exhalar suavemente. Le soba la nuca y luego le recoge el cabello hacia atrás.

-Ven, déjame remojarte la nuca con agua. Estás ardiendo por dentro.

Carmen intenta llevarlo de la mano hasta el lavadero. Coco la suelta de manera brusca; decide caminar detrás de su mamá sólo. Aún desea prevalecer su punto, aunque esté acatando las órdenes de ella.

-Que injustooo. Uno se mata trabajando ¿para qué? Para que este muchacho vaya malgastando su vida por allí. Uno ya está viejo cómo para desvelarse toda la madrugada esperando a que el angelito ese se digne en aparecer. Y con qué plata, digo yo.

Francisco se ve obligado a comentar. No está seguro si se trata de una reflexión retórica o si su papá está hablando directamente con él; pero, dado el contexto de su ubicación, al frente de su papá -mirándose ambos a los ojos-; decide intervenir.

-Tal vez esté algo estresado con todo esto….me refiero a eso que dicen por la tele.

Era evidente de que a Esteban lo agarraron en seco. No sabe que decir. Preferiría ser él mismo quien lleve las riendas de dicho tema. Cómo ayer, cuando le enseñó a Francisco lo que circulaba en las redes. “Decenas de cuerpos muertos amanecen en las calles de Madrid”. Y cuya observación, por parte del pequeño Francisco, fue el de un simple: “Qué vacías se ven las calles, no?”.

-Francisco... tu hermano está así desde antes. No intentes justificarlo.

Definitivamente, esa no había sido la primera oración que Francisco construyó en su mente, sin embargo, por alguna razón, el temita del Covid se le interpuso en plena sinapsis. Tal vez ya estaba en su subconsciente. Lo mismo pasaba cuando veía series de años anteriores en donde evidentemente no se practicaba distanciamiento social: saludos con la mano, abrazos, besos….; y de la nada Francisco se sentía super incómodo, paranoico incluso. Ahora todo eso le parecía una irresponsabilidad; un desacato. TRAICIÓN A LA PATRIA; cómo bien lo dijo su papá esta mañana mientras miraban juntos las repeticiones de Shin Chan.

Las cosas mejoran relativamente para el desayuno. Es imposible que su papá no se sienta culpable después de tremenda despotricada. Intenta redimirse con Coco preparando su plato favorito: tortilla de atún. Suponemos que el de Francisco también.

De pronto, su papá los llama a todos para que se reúnan en la mesa. Lo dice con volumen alturado pero persuasivo. Francisco es el primero en llegar. Para él, no hay nada cómo iniciar sólo el desayuno, sin la necesidad de esperar a nadie, y aprovechar así la oportunidad para agarrar el emparedado más grande. Su mamá es la segunda en aparecer.

-Está demasiado cansado. Prefiere descansar ahorita.

Su papá se siente mucho peor ahora. ¿Realmente se moría de sueño o es que simplemente Coco no quiere verlo?, reflexiona.

-Sí sí… está bien. Lanza al aire, el señor Esteban.

-Pensé que esas cosas te dejaban hambriento; piensa en voz alta Francisco.

-¿Cómo dices?, vocifera su mamá.

-Ya mujer tranquila. Francisco está bien grandecito cómo para haberlo ya figurado solito. Además…. Nosotros lo decimos todo el tiempo en su delante; agrega su papá.

Y esa es la purita verdad. Las cosas más útiles de la vida Francisco las ha aprendido entre ajos y erdas. Por eso, ahora es capaz de entender todito el programa de Caso Cerrado. Sabe lo que significa eso y aquello por más que su mamá intente edulcorarlos después de que, inocentemente, le pregunte: ¿Y eso qué significa? Y ella: “Nada… tonterías de los americanos”

Cuando quiso agarrar su tercer pan; pero su mamá, intempestivamente, lo detiene recordándole de que debe guardar al menos uno para Coco.

-Cuando lleguemos, te saco algo del Pez Pechugón; su papá expresa.

Cómo todos los sábados. Francisco apoyará a su papá en el negocio. Bueno… siempre y cuando lo llame y él esté cerca. El restobar está ubicado a diez cuadras de su casa; es un espacio pequeño alquilado cuya estrella principal es el cuarto de visita, construido en los aires del local por la dueña anterior, el cual, se ha convertido en su guarida. Allí mata el tiempo leyendo, viendo televisión o simplemente contemplando el cielo y las estrellas.

El negocio familiar es el único sustento que tienen por el momento. Ahorita, sí les rinde bastante. De todas maneras, llevan una vida austera. Como el colegio no involucra una inversión tan grande como lo es pagar la mensualidad de la Universidad; y cómo aún le falta mucho – y Coco no está interesado en ingresar-, pues, logran vivir cómodamente sin pretender demasiado… lo normal.

Gustavito y el señor Ángel los esperan ya en la puerta. El resto de los trabajadores entrarían una hora después. Su papá le entrega las llaves a Gustavo, e inmediatamente, se dispone a forzar, golpear, inclinar, patear la puerta de metal con tal de que abra. Se trata de una puerta con “truquito”, definitivamente.

-Oigan… ¿Y será verdad eso de la tele?; comenta el señor Ángel con un sentido retórico.

-Sí /Al parecer/ Supongo… ; detectan, notifican y responden los tres al mismo tiempo. Saben exactamente de lo que está hablando, pues, ayer y antes de ayer también se había discutido vagamente sobre dicho tema sin haberle puesto un nombre formal a “ello”.


LOS GEMELOS SOPLAPLUCO

Antonia está furiosa. ¿Por qué ya no me queda la blusa que compré la semana pasada? ¿Se habrá encogido con la lavadora?; se pregunta. Segundos después, decide dejarlo encima de la cama. Opta finalmente por buscar nuevas opciones con qué combinar su jean marca True Religion. Alfonso, algo pícaro, le indica a su hermana que se dé cuenta de algo. “No, no. Más a la derecha. Lo que sobresale”; le susurra al oído. Ahora sí. Se trata de la etiqueta de precio aún intacta cocida sobre la blusa.

-Bien… ya estoy. Nos vamos; anuncia Antonia.

Alfonso vuelve a revisar el panorama del 370 Canal Street por la ventana. La limosina sigue allí. Ha esperado más de cuarenta y cinco minutos. Gabriela es la primera en moverse. Posiblemente se haya olvidado de guardar alguna prenda. Lo único importante para ella ahora, es que el romming internacional siga funcionando.

Antonia le pide a Alfonso que le ayude a buscar una bolsa. Cualquiera. Alfonso inspecciona rápidamente el cuarto. No observa ninguna alrededor. De pronto, se acuerda del merchandasing que les obsequiaron durante su visita guiada a la Universidad de Columbia. Todos los panfletos esos los metimos dentro de una bolsa de papel; rememora Se quita la mochila que sujeta sobre sus hombros. Y justo cuando está por sacar todo, se acuerda de que Fernanda les había pedido a los guías que se los entregaran así nomás.

-Estamos en contra de eso, lo siento. Había inquirido Fernanda.

-Pero si son biodegradables y la idea también es que los recicles. Puedes volver a utilizarlos para guardar tus compras del America Girl Place”; obtuvo como respuesta.

-También estamos en contra de eso; finalizó su hermana.

Alfonso intenta de todos modos buscar dentro de su mochila. Antonia, por su parte, cambia de plan y ahora en vez de seguir buscando en los cajones del armario, se dirige hasta el pequeño “chiquifrío” de la habitación. Lo abre y se percata de que nadie había comido las gomitas a gratel del Candy Store. Desliza uno de los compartimentos de la refrigeradora y vuelca las golosinas suizas sin que sus hijos se den cuenta. Sacude la envoltura hasta que no quede ningún residuo adentro Segundos después, consigue tener una bolsa prácticamente nueva.

-Got it!; anuncia Antonia, viéndose totalmente expuesta antes los ojos de sus hijos.

-¿Acaso, has tirado las…?; teoriza Gabriela.

-Pásame la blusa de allí, le ordena Antonia al pequeño Alfonso, sin dejar espacio para que ninguno de los dos continuara explayándose.

De manera tácita, ambos deciden no castigar a Antonia interponiendo a sus propias agendas sobre la paz interior de su mamá. Todo lo que desean es llegar al Aeropuerto y volver a casa. Ya estando en Lima decidirán a cuál de todas ellas.

Marcando el paso, los tres salen del cuarto. Inesperadamente, se topan con la misma jovencita a quien su mamá ayer le encargó comprar “fajitas” al frente casi casi de madrugada. Esta ahora sostiene una bandeja de comida. Los gemelos, algo incómodos y avergonzados, empiezan a balbucear disculpas y explicaciones cortas sobre su repentino check-out. Antonia es menos argumentativa para ese tipo de situaciones. La mira a los ojos, de manera “empática” – había practicado diferentes versiones más temprano frente a un espejo- y le obsequia la blusa que ya no le queda. Y antes de que la jovencita diga algo -acababa de esbozar un gesto que ninguno de los gemelos puede descifrar- Antonia vuelve a relucir su empatía aludiendo:

-Don’t thank me. I’m a good person.

Alfonso intenta reivindicar a su mamá. A través de un gesto sutil, le refuerza la idea de que le quedará estupendo; y que por favor, no malinterprete las intenciones de su mamá, porque en efecto… “ella sí es una buena persona” Aunque, claro, algo loca. La jovencita de housekeeping le ofrece una sonrisa reconfortante, se disculpa con Antonia y continúa con su rutina de inspección por los demás cuartos.

Una vez adentro del ascensor, a Antonia le empieza a florecer ideas recontra risqué;

-¿Se dispuso el uso obligatorio de mascarillas, verdad?; les consulta su mamá.

-Hmmm… me parece que es necesario sólo si presentas síntomas; responde Gabriela.

-Pero igual y podríamos utilizarlo. “Just in case”; agrega su hermano.

-Hmmm… ¿Y si nos amarramos sus bufandas esas de “Henry Poster” para taparnos la boca? Aunque un poncho nos cubría mejor; casi toda la cara… Oigan y si convertimos nuestros gorros de invierno en unos cubrebocas recontra chick. ; propone Antonia.

-¿Y si mejor compramos unas de verdad en el drugstore del Sheraton?; sugiere Alfonso.

Caminan hasta el Front Desk. Antonia, de manera lacónica, le anuncia a la recepcionista sobre su pronta partida. Esta, se lamenta y por alguna razón lo conecta con el “mal clima”

-That would be all. Hope to see you soon; consigue agregar la dependiente con un tono tan neutro que de pronto ha convencido a los gemelos de que absolutamente nada raro está pasando allá afuera y en efecto, regresarán para las vacaciones de verano. As always.

Las calles de Tribeca están particularmente vacías hoy. El taxista del uber se los hace notar. “Al parecer, habrá bad weather”. La señora Antonia es la primera en subir. Cuando la limosina está a punto de arrancar, le solicita al conductor que tome el camino más largo al aeropuerto y poder aprovechar así la condición del tráfico para hacer un pequeño city-tour de despedida. Posiblemente los gemelos tengan algo que decir en esos momentos, sin embargo, optan por ausentar sus contraposiciones en dicha negociación. Y es que, por más que ya para la segunda semana de su mudanza temporal a Nueva York, todo se vuelve monótono, procastrinar el día simplemente adquiere otro tipo de distinción cuando lo pasas en la gran manzana.

Los peatones que usualmente transitan en toda la avenida de Broadway han desaparecido, y en vez de ellos, ahora se han apiñado varios equipos de periodistas locales y documentalistas universitarios. Mientras que los gemelos miran dicho panorama con desconcierto, Antonia descarga el audiolibro que, según los algoritmos de su cuenta en goodreads, es la que mejor conecta sus gustos de lectura anteriores con el contexto de ahora. Se coloca los audífonos, reclina su asiento, cierra sus ojos y se transporta hasta el lugar de su novela. Curiosamente, está ambientada en los Estados Unidos también.

-Harpercolin Books presenta, Epidemia, escrita por Robin Cook; anuncia el narrador.

Los gemelos entendían muchísimo mejor el inglés que su mamá. Generalmente, estos fungían de traductores entre la señora Antonia y comensales, mozos, taxistas pero sobre todos con las noticias. Su mamá les había pasado el síndrome de fomo (miedo a perderse de algo del mundo virtual) a sus hijos. Según ella, era la mejor manera de canalizar su estrés: hacer que otros lo sientan por ella.

La red social Twitter se había convertido en el medio de comunicación favorito de su mamá. Sobre la televisión, insistía en que se trataba de una pérdida de tiempo y que además “ya había perdido toda credibilidad”

Casi siempre la señora Antonia comparte todo lo que lee sin ningún filtro de verificación. Incluso aquellas noticias positivas cuyo sujeto de quien hablan, y aparece en la foto en adjunto, no corresponde a ningún “joven peruano ayacuchano que acaba de ganar el nobel de física”, “Quien además, también se desempeñaba como el juez más joven en llegar al tribunal supremo”, y a quien la Sociedad de Salud Pública denomina como “héroe anónimo que se inmoló para encontrar la cura del ébola” Un crío multifacético, sin lugar a dudas.

Junto con el chofer de la limosina, los gemelos escuchan el morning edition de la cadena de noticias NPR. A pesar de estar contando con unos quinientos infectados, “aún es un día fresco cómo para sacarle el jugo y hacer actividades en familia”; anuncia el radio host.

-¿Ustedes no son ese tipo de personas que le hacen caso a los noticieros, verdad? ; les comenta con humor el chofer.

-Sólo para saber el pronóstico del tiempo; agrega Alfonso.

-Awww… que naives son aún; extiende el conductor.

Los gemelos vuelven a poner toda la atención a sus celulares. Alfonso abre una nueva actualización de casos de COVID en el Perú. Aproximadamente 70. Gabriela por su cuenta, con la ayuda de una aplicación de estadística, calcula el ratio de contagio.

-Es de 1.7; llegando a 2.5 durante el pico de la epidemia; resume Gabriela.

-Hmmm… ¿y las posibilidades de una cuarentena?; consulta su hermano.

-Hay 89% de probabilidades según el ritmo de contagio, días de importación del virus y jurisprudencia que existe en países con realidades geopolíticas similares; apunta Gabriela.

-¿Y sobre salir hoy de Nueva York?; pregunta Alfonso.

-No. Todavía no hago ese. ¿Lo sacamos juntos?; alienta Gabriela.

La señora Antonia vuelve a abrir los ojos. Se ha perdido por completo el tour por el Downtown Manhathan, la Avenida de las Pizzas, el Barrio Chino y el Theater Distrit. Ahora, todo lo que ve, son carriles al frente y filas de carros en ambos lados. Asombrada por el tráfico, lanza otra de sus “Antoniadas”; cómo cariñosamente había bautizado los gemelos a los comentarios ocurrentes de su madre.

-¿Todos esos serán peruanos?

Alfonso, un poquito más atinado, le corrige.

-No mamá… son de todas partes el mundo. El virus ya está en todos lados.


JULIO

Julio acaba de terminar de ver la serie “breaking bad”. Las cinco temporadas en menos de tres días. Desde el jueves pasado que las cosas en la librería avanzaban de manera lenta. Ya es casi hora del almuerzo y apenas han atendido a siete padres de familia.

La señora Patricia también se había pegado con la serie. Desde que mandó a la cajera y al señor Ramoncito a sus casas “por precaución”, la dueña de la librería pasaba el día viendo cómo un profesor de química desahuciado decide “emprender” un negocio de fabricación de metanfetamina. Siempre es bueno “tener opciones”; había dicho una vez finalizada la primera temporada. Ya para la segunda, tercera y demás; preferió abstenerse de comentarios. “La realidad nunca superará a la ficción”; soltó cuando terminaron de ver la maratón.

Si “hubiera gente”, así teorizaba de vez en cuando en su mente Julio, “estaría sacando los libros de las cajas, embalando nuevos, sellando antiguos, reponiendo los agotados, forrando los dañados, y embolsando los comprados” Ahora, apenas y se mueven los textos que tienen en exposición. Por ello, la dueña de la librería, creyó conveniente enseñarle las demás funciones y responsabilidades a su fiel compañero.

La alarma de Julio les avisa que son las dos de la tarde. Hora del refrigerio. Un merecido descanso a sus actividades. Aunque ahora lo toman más cómo “cuarenta y cinco minutos de siesta”, y es que, de manera natural, tras no andar demasiados ocupados, los dos habían empezado a almorzar fuera del horario, dentro del local y viendo series en la computadora. Un total desacato a las reglas, o tal vez, la imposición de unas nuevas. Pues, a las finales, era la misma dueña del local quien las estaba infringiendo también.

Acomodan las cajas ya desarmadas sobre el suelo. La señora Patricia utiliza doble cartón, escoge especialmente aquellas con las que llegaron cubiertas las enciclopedias. Las encuentra más anchitas de los bordes. Julio en cambio, es más chacrero; siempre lo fue. No necesita de improvisadas camas de campamento para dormir plácidamente. “Y cómo es piso parquet, más rico se siente el frío todavía”; insistía.

Julio posee un sentido de responsabilidad realmente admirable. Viene de familia, sin lugar a dudas. La señora Patricia sabe de ello, porque conoce a su papá. El señor César fue uno de sus primeros empleados cuando la librería recién se estaba abriendo en el mercado… vendiendo por lo bajo libros fotocopiados. No le tomó mucho tiempo mover su suerte y finalmente formalizar el negocio. De todas maneras, la señora Patricia no se avergüenza de sus inicios; y es que… en ambos modelos de negocios, siempre estuvo la prioridad de ofrecer educación y cultura por delante de cualquier beneficio económico.

Julio es igualito a su papá. Si bien, tiene un físico fuerte y ágil que le servirá para encontrar varias ofertas dentro del mercado informal. De igual forma, también resultar ser muy empeñoso y ordenado… pero sobre todo honesto y honrado. Virtudes que no necesariamente posee la propia señora Patricia.

La amistad que forjó el señor Cesar con su anterior jefa ha salvado la vida de su único hijo. Pero tampoco es que Julio haya demostrado actitudes revoltosas; se trata más bien de un adolescente normal para su edad. Con algunos cuantos cursillos bajos, olores extraños característicos de dicha etapa, largas sesiones en el baño, y alguna que otra enamoradita. Es justo lo que quería; lo suficientemente aceptable cómo para que viva bien su adolescencia, con altos y bajos, y que estas decisiones no lo atormenten ni siembren la base de su adultez.

Julio goza de la suficiente libertad cómo para instruirse de distintas escuelas reconociendo a tiempo esa línea delgada que le hace pensar: “hmmm ¿es lo que yo normalmente haría?” , si es que llegase a cruzarla o jugar a tocar el borde.

Él mismo considera a la escuela como un agente de sabiduría, tal vez inútiles a la hora de aplicarlos en “entregar volantes en la calle publicitando la librería”, pero, con la suficiente autoridad cómo para acreditarle su intrépido pensamiento lógico y capacidad para resolver problemas comunes en diferentes contextos.

En la calle, Julio ha aprendido lo que aún no enseñan en las escuelas, y es que, lastimosamente, la empatía no es una virtud que uno asimile simplemente leyendo al respecto. Para él, se trata de un proceso de identificación: reconocer de dónde vienes, hacia donde vas, y a quienes nunca debes olvidar.

De regreso a casa, desde que entra después de la pichangita hasta que se alista para trabajar o estudiar al día siguiente; consigue aprender cosas; varias cosas, que serán de gran ayuda en su vida adulta. Su rutina diaria se divide entre labores domésticas, cómo barrer, cocinar, planchar, coser; y observar a su papá cómo enfrenta distintas situaciones que se le va presentando; laborales y personales, cuyas respuestas siempre están orientados a la forma de ser del señor Cesar; sensato y profesional, sin perder corazón. Virtudes que tendrá que adaptarlas ahora también él, y cuyo ejemplo, será la herencia más importante que podrá dejar a sus propios hijos.

El pequeño “break” finalmente concluye. Esta vez, se les había hecho largo a los dos hasta el punto de haberse despertado a mitad de tiempo y haber dejado que su mente deambulara entre grietas, manchas, telarañas y pequeños orificios por donde penetraba una fina sábana de luz provenientes del techo.

-Esto ya no tiene sentido; concluye su jefa.

Julio, respetando la jerarquía que existe entre los dos, espera a que sea la misma señora Patricia quien lo diga primero.

-Ya no vendrá nadie. Hay que cerrar de una vez. Además… ya terminamos de ver Breaking Bad. ¿Después de la temporada cinco, hay otra acaso?

Julio, volviéndose a colocar la casaca con la que había venido, se dispone a coger las llaves de la puerta metálica. Le ofrece una sonrisa nerviosa a la señora Patricia. Tal vez haya o no escuchado de que existe una película sobre la serie. Decide guardárselo. Afirmándose mentalmente de que no cabe ningún cuestionamiento ético o moral en su fallo.

- Hasta el lunes; le informa Patricia.

- A la hora de siempre; bromea Julio subiendo un pie sobre la escalera del micro que lo regresará a su casa.


FERNANDA

Es domingo ya. Fernanda es la primera en levantarse. Va directamente hasta la habitación de su mamá. Generalmente, a esta hora, la señora Roxana está ya despierta pero, después de haber estado deslizando y leyendo varias noticias especulativas, durante toda la madrugada, sobre lo que el presidente dirá hoy, la verdad es que ella aún tiene para rato. En al rincón de la cama está, a punto de apagarse, su celular. Fernanda, con bastante sutileza, logra cogerlo sin hacer ruido. Tuvo que repetir el patrón tres veces para desbloquearlo. La batería está tan débil que la pantalla táctil no logra reconocer el desplazamiento de sus dedos.

Fernanda busca el cargador de su parlante blue-tooth en la sala. Tiene la misma entrada que la de cualquier celular. Logra conectarlo justo cuando aparece el mensaje de que “se apagará en treinta segundos”. A ella le toma quince de ellos recuperar la energía.

Son las siete y media de la mañana, eso quiere decir, que su papá ya debe estar de regreso a casa. Decide llamarlo, no sin antes, revisar su última conexión en whatssap y así comprobar de que en efecto está desocupado, o despierto en todo caso.

Entra a la aplicación de mensajería y busca al señor Mario. Le resulta curioso que su mamá haya añadido un ícono de osito al costado de su nombre. Aparece en línea en estos momentos. No lo duda dos veces y le manda una invitación de video-llamada.

-Papaaaa…. ; grita en voz baja Fernanda para no ser pillada.

-Fer…. Fernanda… Hola. Hola. ¿Tú me has llamado?; le pregunta su papá algo confundido.

-Sí… desde ayer que quería hablar contigo; Fernanda repunta.

-Bien bien…. ¿Y tu mamá?; añade Mario.

-Papá… ¿Estás en la calle?; Fernanda le consulta tras escuchar el sonido ambiental de varios carros.

-Sí sí sí; reitera su papá.

Fernanda concluye entonces de que el señor Mario acababa de salir de su turno, sin embargo, después de varias preguntas y respuestas cortas, su papá le comunica sobre un repentino cambio de horario. Hoy día, no podrá ir a visitarlas cómo es costumbre. Fernanda, simulando empatía, pero consiguiendo que su papá igual se sienta algo culpable, va corriendo hacia el cuarto de su mamá. El sonido de sus pasos ya había despertado a la señora Roxana segundos antes. Y de lo más casual, le devuelve su celular con un íntegro: “Toma, mi papá te llama”

Mario, mucho más entrador y confidente, le explica a su exesposa que la realidad es otra. En la madrugada había recibido, por adelantado, todas las indicaciones sobre el estado de emergencia que se declararía horas después. En el Hospital dónde él trabaja, ya se estaban presentando varios casos sospechosos de COVID, y se rumoreaba de que algunos de sus colegas estaban con síntomas parecidos también.

-Prefiero aislarme de ustedes. Tengo miedo de contagiarla; le explica Mario arrastrando las palabras.

-Hmmm… sí sí. Entiendo. Tal vez no tanto por Fernandita, sino por mi mamá. Los niños resisten más al parecer, ¿cierto? ; consulta Roxana.

-Preferible sobre reaccionar, que…

-Subestimarlo…; completa. Roxana ya había escuchado esa frase anteriormente.

La abuela Esmeralda se encontraba en el tendedero. Fernandita la vio bajar desde el cómodo lugar de su silla designada al momento de desayunar, cuyo ritual, ella está adelantando. “Apenas y algo, eh”; justificaba siempre.

En eso, sale la señora Roxana de su cuarto. Algo preocupaba, corre al auxilio de su mamá; aunque esta insiste en que no es necesario. Un gesto la delata por completo. En vez de coger la tina de ropa, su mano toca la frente de su mamá y luego su corazón. La señora Esmeralda, a quien nunca se le puede engañar, reacciona de mala manera.

-Vieja sí, pero tonta nunca. A ver dime… ¿Qué has escuchado ahora?; le acusa su mamá.

-No. Nada mamá. Tranquila. Déjame que te ayude con la tina; intentando esquivarla, la señora Roxana sale de allí rápidamente antes de que su tartamudeo la traicione más.

-Creo que ahora está en el aire; agrega Fernandita con precisa ambigüedad.

El desayuno transcurre de forma silenciosa. Cómo es propio de los domingos, esta vez, le toca a cada una servirse y lavar sus platos. Un día en donde al menos, la señora Esmeralda puede recuperar la suavidad y flexibilidad de la piel de sus manos. Y es que, entre-semana, la niña estudia y su Roxanita trabaja; “ni tiempo tienen”, le comentaba a sus amigas sin intención alguna de hacerse la pobrecita o mostrarse desagradecida con ellas, sino, buscando cierto orgullo por asociación que ella nunca pudo asumir por su cuenta, pues, se había embarazado demasiado temprano y digamos que, en esos tiempos, la superación laboral era más la excepción que la regla.

Fernanda enciende la televisión. Ella no está autorizada para disponer del aparatito ese según su propia conveniencia, sin embargo, es “domingo de relajo” ; ¿se supone que también deberían aflojar las reglas de convivencia?... se dice así misma antes de que el destello del televisor fuerce su pestañeo.

La gente ha salido ayer y anteayer cómo si fueran a tomar por última vez. ¿Se imaginan la cantidad de contagios que se han producido sólo en estas últimas 24 horas? ¿Ahora imagínense cuántos casos más tendremos si la gente sigue saliendo cómo si aquí no pasara nada? ; expresa conmovido el periodista.

Mamá e hija se miran a los ojos. Ambas se muestran intrigadas. Desean escuchar más. Roxana decide entonces mandar a Fernandita a su cuarto.

-Aún no has tendido tu cama. Anda de una vez sino luego te olvidas; le ordena dulcemente su mamá.

Continúan escuchando la genuina preocupación del narrador de noticias. No está hablando necesariamente de cifras o datos nuevos, importantes, relevantes. Más que números, lo que ambas necesitan es ver y sentir emociones. Alguien tenía que ceder y atreverse, ya que ninguna de las dos había podido desahogarse aún. Tal vez evitaban así asustar a Fernandita, o a ellas mismas incluso.


FRANCISCO

Francisco y Coco se han ido al mercado a completar lo que les falta para la semana. Coco insistió en que no debieron anotar nada. “¿Acaso no me creen capaz de recordar todo?” “¿Piensan que no sé cómo se prepara el pollo asado?”, comida recurrente con la que les deleita la señora Carmen al menos dejando un día. Su mamá simplemente no quería terminar la semana amargada. Por eso, se inclinó a la teoría de que sus hijos regresarían al menos con la mitad de la lista hecha. Ya mandaría luego al pequeño Francisco a la bodega de la esquina durante la semana por los ingredientes que se habían olvidado en su primer viaje.

Mientras caminan por los diferentes puestos, Francisco continúa repitiéndose mentalmente las pocas verduras y frutas que aún se acuerda. “Apio, culantro, ajó” “Manzana, pitijalla, mandarina” Sobre las cantidades y medidas, Francisco adoptaría el infalible “… no sé…. Cómo para cuatro personas péseme”

Las caseras conocían ya a los hermanos Aguilar. Por más que Francisco les parecía mucho más tratable, siempre optaban por hablar con Coco. Tal vez por su papel de hermano mayor, o simplemente, porque les hacía recordar a algún enamoradito pasajero de su juventud. No había casera que NO terminara por regalarles una manzanita de más o un ají de cortesía a los chicos Aguilar.

Coco no deja de reclamarle a Francisco por algo que, por esas fechas, se vía mal… algo egoísta incluso.

-Por culpa de esos irresponsables, los médicos se están quedando sin mascarillas. ¿No entienden acaso que sólo si tienes los síntomas debes salir con una?.... O simplemente no salir; expresa Coco, logrando subir el volumen de su voz.

Francisco, algo preocupado por cómo había escalado el ánimo de su hermano de manera tan rápida, consigue neutralizarlo recordándole que les falta comprar las menestras. “La de cabrito y esas que son verde y marrón”; le comenta.

Su mamá les había sugerido ponerse al menos una bufanda alrededor de su boca. Ella, al igual que Coco, reconocía que esas medidas resultaban bastante perjudiciales, especialmente, para aquellos que realmente lo necesitan. Podía ocurrir un desabastecimiento en cualquier momento. Sin embargo, no por eso, dejarían por ingeniárselas con maneras más rústicas y caseras de protegerse.

Evidentemente, a Coco no le gustó la idea. Él insistía en que, de esa forma, sólo lograrían incentivar la psicosis e histeria colectiva. “No pienso estar de ese lado de la historia”; había repetido Coco por tercera vez antes de salir al mercado.

Después de casi hora y media los hermanos llegaron sanos y salvos. Dicha suerte también les acompañaría los siguientes quince días. No mostrarían ningún tipo de síntoma peculiar. Caminaron casi ocho cuadras con dos sacos completos en cada mano. Lo primero que hacen ni bien logran poner sobre el piso de la sala los costales con las compras, es soplarse sus palmas, pues, están marcadas por varias líneas rojas irritadas.

La señora Carmen los esperaba ya con su chisguete de alcohol y un trapo húmedo con legía. Coco, al ver toda la parafernalia que había instalado su mamá, volvió a insistirle en que él nunca validará las conspiraciones y noticias falsas que empezaban ya a circular por las redes.

Francisco, confundido y guiado más por inercia, que por un juicio de opinión propio respecto al asunto del virus ese, desinfecta cada uno de las paquetes que saca de las bolsas. Al parecer, habían traído casi todos los productos de su lista mental.

Coco, en cambio, pasa de frente y se apodera del control remoto. Machuca el botón de prender. Por default aparece el noticiero de ese canal de mierda, que si bien nunca sintonizan con regularidad o detenimiento, es el último dónde siempre acababa el zapping de la madrugada anterior. Esta vez, decide saltar la ronda interminable de canales, y de frente ubica la serie que todos habían comenzado a ver ayer.

Las series de comedia con temática familiar son sus favoritas. No necesariamente porque se ven reflejados en los personajes o situaciones, sino, por factores que tienen que ver más con su propia supervivencia… Para ellos, ninguna realidad supera a la ficción. Las historias son o muy empalagosas cómo para burlarse de estas, o, del otro extremo, al borde de algún delito a punto de cometerse; con esta última, justificaban la dinámica dentro de casa con frases autodefensivas tipo: “Al menos eso nunca ha ocurrido aquí”… “Mejor dicho… JAMÁS ocurrirá algo así” Reivindicándose de esa manera, al menos, con el pensamiento.

La televisión era siempre una buena excusa para generar temas de conversación en la mesa, aunque claro, estas siempre acababan por hacerles recordar el refrito de la discusión del día anterior.

-¿Te han vuelto a llamar del colegio?; le pregunta el señor Esteban a su menor hijo, demostrando un correcto uso de etiqueta gourmet. “Mastica, deja el tenedor sobre la mesa, límpiate la boca y, recién después, intervén. Se sugiere que seas breve y promuevas el debate. Puedes agenciarte de cartillas o sugerirlas con escrupulosa improvisación”. Había leído alguna vez, en algún lado, recuerda el señor Esteban.

-Hmmm… No nada. Supongo que seguimos entrando el 30; responde Francisco evidenciando varios faux pas tras masticar y hablar a la vez.

Esa mañana, había pensado en la posibilidad de buscar un trabajo temporal, en caso continúen aplazando las clases por precaución. Se trata de varias horas perdidas que podría aprovechar. Aparte, es una excelente excusa para salir de allí. Al menos, así, las discusiones en casa no llegarían tan lejos cómo la vez pasada. Según Francisco, las peleas son más fáciles de controlarlas en triángulo, que cuando un cuarto es quien deba elegir un ganador.